viernes, 25 de enero de 2008

Babel

Nos tiemblan las canillas cuando las escuchamos: “Fernández, diga sus padres que vengan a hablar conmigo”, “no responde al perfil que estamos buscando”, “los papeles del vehículo, por favor”, “te quiero mucho, Adolfo, amor, pero como a un hermano”.
La tele ha consagrado otras frases lapidarias, oraciones solemnes que arrojan a sus oyentes al Infierno o los elevan al Cielo: “estás nominado”; “sale da la Casa de Guadalix...”; “pasas a la siguiente fase”; “ya te llamaremos”.
En el casting de Los hijos de Babel, el Jurado, regodeándose en la infalibilidad de su veredicto, halaga o hunde en la miseria a los participantes.
Una mujer de unos cuarenta años me desarmó. Primero, por la sinceridad con que hizo un rápido inventario de su vida y de sus sueños; segundo, porque cantó con una voz prodigiosa; tercero, por el gesto –“no contamos contigo” con que encajó el fallo de sus examinadores. Se perdió entre bastidores; tenía unos ojos grandes y elocuentes…

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