viernes, 25 de enero de 2008

Callejeros

Tengo dos noticias… Seguro que recuerdan el chiste. Vayamos con la buena.
La labor de Callejeros es de una factura irreprochable. ¿Por qué? Porque demuestra una objetividad proverbial, una objetividad de manual: muestra los costurones más sangrantes de la sociedad sin salpicar a nadie de moralina.
Porque gracias a sus reporteros conocemos una ciudad que sólo intuimos, una realidad que nos hace cambiar de acera o evitar un barrio; porque es uno de los pocos programas que reivindica a la persona como individuo: un hombre o una mujer que un buen día se aparta del camino establecido.

Vayamos con la mala. Callejeros es una ventana indiscreta, el ojo de una cerradura, la mirilla de una puerta blindada. Cultiva -tal vez sin desearlo- y se apoya -quizás sin pretenderlo- en el morbo; tan humano, por supuesto, como la caridad, pero morbo.
Pedir, el reportaje con que comenzaron el año, fue un excelente ejemplo de esta dualidad, de este divorcio que a muchos espectadores nos hace sentirnos incómodos y hasta culpables: los desheredados –también se mostró Bilbao- de esta Navidad vistos desde un cristal seguro; acorazado.

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